lunes, 7 de abril de 2008

LIBRETO "LA BODA DE LA MUJER MARAVILLA" DE EDNA OCHOA

LA BODA DE LA MUJER MARAVILLA
EDNA OCHOA
PERS0NAJES:RUBELIA, viejecita de 75 años, rechoncha y de estatura pequeña,CONCHA, su hermana de 67 años, flaca y de estatura medianaMELQUÍADES DEL PASO, de 52 años.ÉPOCA: actualLUGAR: sala de una vieja casa en la ciudad de México.Al abrirse el telón, sala pequeña con muebles antiguos en total decadencia, alfombra raída, marcos en la pared con fotografías de escenas familiares de antaño y con copias de litografías religiosas. Del techo, centro abajo, pende un voluminoso candil, el cual, al ser encendido en determinado momento, hará grotesca la decrepitud de la habitación, así como la de sus moradoras. Por la derecha, abajo, puerta que da a la calle y ventana con las cortinas corridas, cuya sensación es de pesadez. Al fondo, de lado izquierdo, una puerta conduce al interior de la casa, y más abajo, casi al centro, una mesita con lámpara, además de una mecedora en la que está dormitando Rubelia. Es por la tarde. Se escuchan golpes en la puerta que da a la calle. RUBELIA se sobresalta y enseguida trata de incorporarse con bastante dificultad.VOZ DE CONCHA: (Desde el interior de la casa.) ¡Rubelia, la puerta! ¡Córrele a ver quién es! RUBELIA: ¡Ya oí, Conchita, en eso estoy! (Para sí.) ¿Será? La señora Monchis hoy no quedó de regalar algo. Los de la Pastoral, puede... son tan buenos cristianos. (Se oyen golpes con más fuerza.) Pero si parece que traen prisa. ¡Qué forma de tocar! (Gritando.) ¡Voy volando! ¡Un momentito! (Mientras se desplaza bastante lentitud, tocan otras veces. Abre la puerta, asoma la cabeza, y luego vuelve a cerrarla.) Qué extraño, nadie... (Vuelve a hacer la misma acción y cuando cierra puerta descubre en el piso un sobre. En el momento en que va a recogerlo, entra CONCHA.)CONCHA: ¿Quién eraRUBELIA: Sabrá Dios. Pero echaron eso, me parece, porque no vi a nadie. CONCHA: (Recogiendo el sobre y fin darle importancia.) Es un telegrama. (Se lo da a Rubelia.) No tardan en venir, siempre es lo mismo, no se fijan en la numeración, y claro, luego vienen las reclamaciones, como si una tuviera la culpa.RUBELIA: Concha, qué tal si de puritita casualidad fuera para nosotras. Ni has mirado bien. Quién quita y...CONCHA: (Arrebatándole la palabra.) No seas tonta, quién nos va a escribir. Con cualquier cosa se te vuela la imaginación.RUBELIA: Total, si no es, pues no y ya. Ni que se te fueran a desgastar los ojos.CONCHA: Averígualo tú si tanto te interesan las purititas casualidades. RUBELIA: ¡Chocante! Si tuviera buena vista ni te molestaba. Si pudiera hacer mis cosas, tampoco. Si viviera en otra casa, menos. Nada de lo que opino te gusta.CONCHA: Nada más abres la boca para decir bobadas. Si se me tira la leche, será por tus caprichitos. RUBELIA: No le hagas, Conchis, que de por sí es poca. Ya me voy a estar calladita y a no darte problemas. Y le pones una rajita de canela.CONCHA: Ya veremos, ya varemos. (Sale.)RUBELIA: (Mirando el sobre.) Si es para la del 22, lo rompo, sí, sí. Ojala sea. Siempre le he traído ganas. Atora tendrá de qué hablar la muy mentirosa. ¿Dónde estará la lupa? (Abre un cajón y saca una lupa de grandes dimensiones: Enciende la lámpara de la mesita y se sienta en la mecedora. Observa el sobre.) ¡Jesús, pero si es mi nombre! Y sí, la dirección también. Eso está raro. ¿Quién podrá ser? ¡Qué nervios! Mejor que lo lea Concha. No, yo debo hacerlo, es mi correspondencia privada. Veamos. (Trata de romperlo.) Qué sobre tan molón, no se puede romper. (Se lo lleva ala boca.) Pero si no tengo dientes, qué olvidadiza. (Seca el sobre con su bata, lo abre luego y empieza a leerlo. A medida que le da lectura va cambiando su semblante y lleva una de sus manos al pecho.) ¡Ah! ¡Ah!, ¡Yo lo sabía! ¡Lo sabía! ¡Mi corazón! ¡Detente, corazón, no seas traicionero, ahora es cuando debes demostrar el fuego que hay en ti! (Gritándole a su hermana) ¡Concha! ¡Hermanita! ¡Concha!CONCHA: (Entrando) ¿Qué tienes? ¡Un ladrón! ¿Dónde? ¿Qué te hizo? Seré una tumba, nadie lo sabrá.RUBELIA: ¡Concha! Qué imaginaciones tienes. ¡Pellízcame!CONCHA: ¿Cómo?RUBELIA: Que me muerdas, pegues o pellizques.CONCHA: ¿Por? ¿Ya no sientes el cuerpo? Hay que llamar al doctor. Y sin dinero...RUBELIA: No, Concha, no es eso, es... CONCHA: ¿Te volviste a hacer? No alcanzaste a llegar al baño.RUBELIA: No, no. CONCHA: ¿Entonces, mujer? Me tienes en ascuas. RUBELIA: ¡Melquíades, Conchita! ¡Melquíades!CONCHA: ¡Rubelia, te prohíbo que hables de ese hombre! Sabes muy bien que te hace daño. ¿Para qué lo recuerdas?RUBELIA: Llegará hoy.CONCHA: ¡Qué!RUBELIA: Hoy a las siete. ¡Me escribió! Por fin volveremos a encontrarnos. ¡San Antonio, te tardaste pero lo hiciste! (Baila.)CONCHA: ¡Deja de bailar, te dará un torzón! ¿Te has vuelto loca?RUBELIA: Sí, de amor. ¡Yo lo sabía! (Tararea un tango.)CONCHA: ¡Por el Santísimo, Rubelia, te vas a romper una pata!RUBELIA: (Le extiende el telegrama.) Ten, lee tú misma. (Sigue tarareando y se mueve como si bailara con alguien.)CONCHA: (Leyendo.) "Estimada, señorita Rubelia..."RUBELIA: Te fijas qué tacto. Escribió "estimada..."CONCHA: Pero pudo haber puesto "Dulce amor mío".RUBELIA: Sería indiscreto, qué tal si yo estuviera casada. Además es una especie de rodeo, puesto que no olvida que se portó muy mal conmigo. Es cuidadoso, no cabe duda. Pero sigue, sigue... CONCHA: (Continúa leyendo.) "Mucho agradecería que me recibiera hoy a las siete. Tengo una promesa que cumplir. Agradezco de antemano su amabilidad. Melquíades del Paso".RUBELIA: ¿Te das cuenta? Viene dispuesto a todo. ¡A todo!CONCHA: Yo no estaría tan segura. Ya ves lo que decían.RUBELIA: Puros chismes. No estaba casado. Era tan castísimo como el nardo de San José. Y ni una palabra más. Lo que cuenta es el hoy, el futuro lleno de sorpresas. Sus brazos estrechándome... su voz garangoleándome al oído... sus labios...CONCHA: Cállate, cállate, no des cabida a lucifer.RUBELIA: Es que si tú supieras...CONCHA: No entiendo. ¿Por qué ahora, después de más de cincuenta años? RUBELIA: Designios de Nuestro Señor. ¿No sabes dónde quedó mi dentadura?CONCHA: ¿No me dijiste que se la diera al gato para que jugara?RUBELIA: Cierto. Quítasela y dale otra cosa. Tengo que arreglarme. (Mirando el candil.) Ay, candil, de mi santa madrecita, único recuerdo de ella, dame suerte, para que todo salga requebienbienbien.CONCHA: ¿Pero lo vas a recibir después de todo lo que hizo?RUBELIA: Me dará explicaciones.CONCHA: ¡Dejarte plantada en la iglesia! ¡Qué agravio! No entrará a nuestro sagrado recinto. ¡No lo recibiré! Primero muerta. RUBELIA: No puedes hacerme eso, Conchita, es el amor de mi vida. Ayúdame a sentarme. Mi cadera...CONCHA: Ya ves, te lo advertí.RUBELIA: Y ahora que viene, no habrá nada que nos detenga.CONCHA: Sí, los años.RUBELIA: ¿Tú crees que...?CONCHA: ¿Que qué?RUBELIA: No, nada. Ni hablar... Nos conformaremos con agarrarnos de las manos. ¡Jesús, pero si las tengo deformes! Concha, busca unos guantes. Debemos de tener unos por ahí. No se te vaya olvidar. Mejor de una vez, ándale.CONCHA: ¡Es inconcebible! Recobra el juicio. Ese tipejo no pasará por la puerta.RUBELIA: Pues sí que lo hará.CONCHA: Pues no.
RUBELIA: Envidiosa. Mala hermana.CONCHA: Rubelia, por Dios, date cuenta. Piensa tantito. No te engañes. RUBELIA: No me engaño. Ahí está el telegrama, qué más quieres.CONCHA: Lo voy a quemar y asunto arreglado. Aquí no pasó nada.RUBELIA: Pues hagas lo que hagas, él vendrá y me iré. Si vivo en pecado mortal será por tu culpa. (Por el telegrama.) Y dámelo, que no es tuyo. CONCHA: (Aventándoselo.) Un vividor, eso es lo que es. RUBELIA: Siempre piensas mal de la gente. Que todo mundo nos quiere hacer daño. Por eso vives amargada. Te crees muy razonable y sólo te haces la vida de cuadritos, y a mí.CONCHA: Bueno, siquiera vamos a pedirle opinión al padre o a las Hijas de Jesús Sacramentado. Siempre han visto por nosotras.RUBELIA: No seas cruel ¿Qué no puedes hacerme un favor? Nunca te volveré a pedir nada. Me casaré y nos iremos a provincia. Sí, será una condición para unirme con él.CONCHA: Ah, me dejarás abandonada. Como un perro. Jamás pensé que tú, mi propia hermana...RUBELIA: ¡Ya ves! ¿Quién dice que te voy a dejar? Por supuesto que te llevaremos. Esa será la segunda condición. Te lo prometo. ¿Estás de acuerdo? Contesta. Juntas como siempre. Contesta.CONCHA: No sé si agarrarte la palabra. A lo mejor les doy problemas. Romperé con su intimidad, además en plena luna de miel... No, no. Sé feliz, aunque a mí que lleve el tren. (Llora.) Ya me lo temía. De nada me sirvió desenterrar una y otra vez a San Toñito.RUBELIA: ¿Tú eras? Y siempre le echabas la culpa al minino.CONCHA: Perdóname, Rubelita, fui egoísta.RUBELIA: Deja de llorar, no lo soporto, me pactes el alma. No haré nada. Apagaremos las luces y no le abriremos. Que se esfume mi felicidad. Gritaré si insiste: "¡Vete, Melquíades, ya es muy tarde para nuestro amor!"CONCHA: ¡Jamás! ¡No lo permitiré! ¿Qué tal si te vuelves una histérica? Esa enfermedad les da a las mujeres que quieren casarse y no pueden. Ya tienes bastantes males, y si puedo evitarte uno más, me sacrifico. Te ayudaré. RUBELIA: ¿De veras?CONCHA: Sí, cuenta conmigo.RUBELIA: Repítelo, repítelo otra vez.CONCHA: Sí, sí, sí. Que cuentes conmigo.RUBELIA: Se oye tan, pero tan bonito, que ni pareces tú, sino una virgen. CONCHA: ¡Pero si lo soy, Rubelia!RUBELIA: Quise decir una de las de la iglesia, la del Carmen o la del Socorro. Gracias, Conchis. No te defraudaré. Seré una esposa modelo, ejemplar, de las que ya no abundan. Pero, bueno, no perdamos tiempo, no tarda en llegar. Tengo que lucir muy bella.CONCHA: Sí, como que te falta una resanadita.RUBELIA: Pues empieza a dármela.CONCHA: Con mi temblorina está difícil.RUBELIA: Eso no importa; te iré deteniendo la mano, para que tu pulso sea firme y vayas resaltando mis rasgos más agraciados.CONCHA: ¿Cómo?RUBELIA: Agraciados de grada. Femeninos, de mujer. Y sacas el vestido de novia, más vale estar prevenida para cualquier cosa.CONCHA: ¿Te quedará? Estás más gorda.RUBELIA: El amor todo lo puede. ¡Concha! ¡Cómo no se me había ocurrido! CONCHA: ¿Qué? RUBELIA: Somos muy tontas. Él podría vivir aquí. Como va a traer mucho dinero deshipotecará la casa.CONCHA: ¿Tendrá?RUBELIA: Claro. Mandar un telegrama hoy desde Guadalajara y venirse en avión no es cualquier cosa.CONCHA: ¿En avión? Sí, ¿verdad?, si no cómo va a llegar a las siete, al rato. RUBELIA: Un millonario. Nos sacará de pobres.CONCHA: Nos quitaremos de encima a ese abogadillo que friega y friega con que le vendamos la casa.RUBELIA: Y a las vecinas. Hipócritas y mal habladas. Sobre todo a la del 22, a ver si nos vuelve a echar la basura al patio.CONCHA: Que no fue ella.RUBELIA: Qué sí.CONCHA: ¿Pagará las cuentas atrasadas?RUBELIA: Todo, Concha, todo.CONCHA: ¿Y las malas lenguas?RUBELIA: Por qué, si habrá casamiento. Jamás me rebajaría a ser su amante.CONCHA: Sí, qué nos puede importar la gentuza. Primero es tu felicidad. RUBELIA: Mejor olvidémonos, creo que estoy pasadita de años.CONCHA: Es natural, pero no te preocupes, sólo ha pasado como medio siglo. RUBELIA: Me hago pipí.CONCHA: Aguántate. No te vayas a hacer de nuevo en la alfombra. Apestarás todo, y ni tiempo para orear.RUBELIA: Quiero decir que él se dará cuenta.CONCHA: Pues trata de que no. Después de casados se tendrá que aguantar con todos tus desperfectos. Ya habrá maneras de engañarlo hoy. Bueno, pero ya es muy tarde y siquiera hay que preparar una cenita.RUBELIA: Sí, a él le gustaban las conchas de dulce con sardinas.CONCHA: ¡Qué asco!RUBELIA: No empieces de criticona que será tu cuñado. El hombre de la casa.CONCHA; Perdón.RUBELIA: ¿Te acuerdas de la máscara que se le olvidó a la escuincla de la vecina? La de la Mujer Maravilla.CONCHA: Sí, por ahí ha de estar la horripilante cosa esa. Parece de güila. Yo no sé cómo dejan usar esas porquerías a las criaturas.RUBELIA: Tiene buena vista, que. La traes también. La necesito.CONCHA: ¿Cómo? ¿No pensarás...?RUBELIA: Sí. ¿De dónde vamos a sacar afeites? Además, tienes razón, tiemblas mucho. Me la pondré.CONCHA: ¡Ni pensarlo! ¡Eso sí que no! Si te la pones, óyelo bien, antes me mato que abrirle a ese hombre. RUBELIA: Quiero estar tersa y juvenil. Vas a ver cómo va a causar impacto. Con ella tendremos amarrada la mitad del casamiento.CONCHA: No sé ni cómo te estoy haciendo caso. Es ana locura. No se te oirá la voz, naditaRUBELIA: ¿Ya la probaste?CONCHA: ¡No, cómo crees! Te lo digo porque, pues... pienso.RUBELIA: Le haremos un hoyo grande.CONCHA: Vas a parecer perro cucho.RUBELIA: Tú quieres que todo salga mal. Concha, me estoy dando cuenta. No quieres ayudarme. Y no me cabe duda que si hubieras leído el telegrama, sí lo habrías quemado, sin decirme nada.CONCHA: (Enojada.) Está bien, haré lo que me pides, pero yo me lavo las manos.RUBELIA: Y los pies y todo, llevas un mes sin bañarte.CONCHA: Cómo te odio cuando te pones así. Y ni creas que voy a hacer todo, así que ayúdame. Tenemos el tiempo encima.RUBELIA: Ya lo sé. Ahorita me visto. No olvides nada. Córrele (Sale CONCHA.) Ah, Melquíades. ¡Melquíades! Esta vez sólo la muerte nos separará. (Empieza a darle de besos al telegrama, luego lo dobla con mucha ternura, sin dejar de suspirar.) Te guardaré con mis otras reliquias. (Va hacia un mueble, abre una de sus puertas y extrae una cajita de madera.) ¡Mis adoradas cartas! (Saca unas cartas, luego una rosa seca, la que levanta hacia lo alto.) Tú eres testiga de cuando nos tomamos por primera vez las manos, y ahora lo serás de mi casamiento. (Saca unos guantes de hombre. Los huele.) Todavía huelen a él. ¡Bendito olor! (Lleva la caja de madera a la mesita de la lámpara. Después enciende el candil, y se para muy ceremoniosamente abajo de éste.) Mamacita, bendíceme desde allá arriba, y dile a papá, que ni modo, que así tenía que ser. (Después va hacia otro mueble. Abre uno de los cajones y saca una caja de cartón destartalada, la que tiene el vestido y el ramo de novia. Toma el ramo, diciendo.) Se lo aventaré a Concha, que me alcance, no es buena la soltería, tiene que encontrarse a alguien, si no va a estar muy sola, Mel y yo estaremos muy ocupados. Estoy obligada moralmente a ayudarla. Ojala lo cache. (Empieza a vestirse. Es un vestido amarillento y desgarrado. Luego trata de abrochárselo de la espalda hasta que desiste. Le grita a su hermana.) ¡Concha, trae algo para amarrarme el vestido! ¡No me cierra!CONCHA: (Desde el interior de la casa.) ¡No me apresures, mujer! ¡Ve recorriendo la mesa de las veladoras! ¡El mantel creo que está en el baúl! RUBELIA: ¡Bueno! (Se pone un guante en la mano derecha, busca el otro y no lo encuentra, después empieza a recorrer una pequeña mesa rectangular con doble dificultad, primero por el peso de ésta, y segundo, por la cola del vestido que se le atora. Se alza el vestido y se lo enrosca en el cuello y continúa moviendo la mesa.) A ver si no me gano una hernia. (Entra CONCHA con la máscara, unos mecates y una caja donde supuestamente están los recibos de pago. Se ha puesto un vestido negro de satén descolorido. Y sobre la cabeza trae un sombrerito amarillo, cuya red le tapa parte de los ojos y toda la nariz.) Ya era hora de que vinieras.CONCHA: Bájate el vestido, te vas a ahorcar. (Entre las dos empiezan a acomodar la mesa, la cual quedará centro abajo.) RUBELIA: (Por el vestido de su hermana.) Te hubieras puesto algo de color. Pero eres terca, no quieres lucir tus encantos.CONCHA: No molestes. ¿Para qué prendiste el candil? ¿Andarás de nuevo con tus locuras?RUBELIA: (Mintiendo.) No, necesitaba luz para buscar lo que ordenaste. Además, estaba pensando que sería más romántico con velas. (Señalando el lugar donde estaba la mesa.) Allá atrás como que vi unos candelabros. CONCHA: (Pone el mantel.) ¿Será? (Va a cerciorarse.) Sí, aquí están. (Son tres candelabros sencillos con sus respectivas velas. Mientras los lleva a la mesa los desempolva.)RUBELIA: ¿Ya mero acabamos?CONCHA: Sí. (Toma los mecates y empieza a amarrarle el vestido a RUBELIA.) Siéntate. Voy por lo demás. (Sale CONCHA. RUBELIA busca la máscara y se la pone. Se sienta luego en la mecedora. Se balancea. CONCHA regresa con una jarra y una bandeja repleta. Comienza a llenar los vasos. El temblor de sus manos se ha acrecentado. RUBELIA, sin dejar de balancearse habla de forma ininteligible.)RUBELIA: Concha, ¿cuánto falta?CONCHA: (Que no la escucha.) ¡Ya manché el mantel! No le atino a los vasos, qué barbaridad.RUBELIA: (De nuevo ininteligible.) Concha, que cuánto falta. (Como la otra no le hace caso golpea la brazadora de la mecedora con la lupa.)CONCHA: ¡Deja de golpear! Me pones más de nervios. ¿Qué te pasa? ¿Quieres volver el estómago? Te dije que los frijoles estaban acedos. ¿No? ¿Entonces? No te entiendo nada. Quítate la máscara.RUBELIA: (Zafándose un poco la máscara.) Que cuánto falta.CONCHA: Déjame ver. ¡Jesús, un cuarto de hora!RUBELIA: Ya casi. (Insegura y angustiada.) ¿Estará bien mi atuendo? CONCHA: Ni empieces. Así lo decidiste. Además ahora se usan de ese modo.RUBELIA: No mientas, Conchis.CONCHA: ¿Que no has visto a la de enfrente?RUBELIA: ¿Esa mala mujer?CONCHA: No, su madre; el que traía la semana pasada, cuando se metió aquí.RUBELIA: Pero si fue el vestido que le estaba mordiendo el perro, por eso vino a esconderse.CONCHA: No sabía, yo creí... ¡Te confundes! Siempre anda igual Ponte bien la máscara y estate quieta, ya no me entretengas. Aun faltan cosas. (Pequeña pausa.) ¿Se me ve bien la harina que me puse en la cara? (Acercándose a su hermana.)RUBELIA: ¿Te pusiste? Ni cuenta me había dado. (La observa con la lupa.) ¡Guauuu, te quedó bien! Ojalá Melquíades traiga un amigo.CONCHA: (Ruborizada.) Ay, cómo serás, Rubí. (Regresando a la mesa.) Si tú eres la de todo. (Empieza a poner unas sillas alrededor de la mesa.) RUBELIA: Quien quita, quien quita. (Se levanta de la mecedora con intención de ir hacia la ventana, entonces se oye un crujido de su ropa.) ¡Se descosió! CONCHA: Pues no te pares. (Le pone encima de los hombros un chal anaranjado) Con este chal no se te verá nada.RUBELIA: ¿Y qué tal si me abraza?CONCHA: No lo permitiré. Hasta que formalicen el compromiso. Si no eres una cualquiera.RUBELIA: Tienes razón, dando y dando... Ah, es el día más feliz de mi vida. ¿Sacaste los recibos?CONCHA: Sí, todos están en esa caja.RUBELIA: Tú lo pones al tanto. No es adecuado que una novia hable de dinero. Puede pensar que me caso por interés.CONCHA: No te preocupes déjalo al poder de mis manos. (Para sí y caminando alrededor de la mesa.) Creo que no falta nada. Se ve bien la mesa. Pero como que algo se me olvida. ¿Qué será? (Jalando una silla.) No puedo más. (Se sienta.) Estos zapatos cómo lastiman.RUBELIA: ¿Será igual de guapo? ¿De varonil? Qué manotas tenía. ¿Te acuerdas?CONCHA: No, yo estaba bien chica. Sólo sé que le decían el orangután. RUBELIA: ¡Mentira! Concha, hazle el hoyo a la máscara. Siento que me asfixia.CONCHA: Eso era. Ya decía que algo faltaba. (Va por la máscara y se dispone a partirla con un cuchillo.) Este candil me tiene asoleada.RUBELIA: Pisaba tan fuerte y a veces gruñía como un león. ¡Qué gallardo! CONCHA: (Para sí.) Se me fue un poquito la mano, pero no se nota mucho. (A RUBELIA.) No te muevas, voy a ponértela.RUBELIA: A ver, enséñame cómo quedó.CONCHA: No estés de quisquillosa, no hay tiempo. (Se la pone.) Ahora, habla.RUBELIA: ¿Qué diré? ¿Qué? ¡Ah, sí! (Recita.) Flor y capullo tu nombre angelical, tu casto Melquíades del Paso y Peral, ha de adorarte con ansia sin igual, aquí en la tierra y en el mundo sideral.CONCHA; ¿Y esos versos?RUBELIA: Son de Melquíades. Mi Melito... Me compondrá miles, pues ahora juntos, estará más inspirado.CONCHA: (Por la mascara.) ¿De veras quieres usar esa porquería? Yo diría que está mejor tu cara.RUBELIA: Por favor, Concha, no vamos a reñir de nuevo. ¿Qué hay de malo en querer agradar los ojos del hombre? La mujer debe ser coqueta por naturaleza. Por eso tú nunca te casarás.CONCHA: Ni ganas. En fin, te oyes bien.RUBELIA: Qué bueno. ¿Y mi dentadura?CONCHA: Por ningún lado.RUBELIA: ¿La buscaste?CONCHA: (Molesta.) Claro. Hasta correteé al gato. Casi se me salen los pulmones del esfuerzo.RUBELIA: No hagas coraje. Cuando tengamos criadas ya no trabajarás. Te llevaremos al hospital para que te operen tos juanetes. Nos vamos a dar la gran vida.CONCHA: Ojalá, Rubelia, porque a veces el peso de la casa me abruma, quisiera morirme... Una muerte de sueños, los más bonitos, los que siempre deseé aquí en la tierra.RUBELIA: ¡Qué bien hablas! Tú y Melquíades se van a entender. Dos poetas en casa. Qué orgullo. Una última cosa, Conchis, me falta un guante... CONCHA: Estoy segura que lo echamos al boiler la otra vez que no teníamos para la leña.RUBELIA: Entonces, dame un pañuelo. Jugaré de tal modo que no se me note nada. Las velas para que nos viéramos en penumbra...CONCHA: Ya están, sólo hay que prenderlas.RUBELIA: De una vez.
CONCHA: (Encendiendo las velas.) Espero que sea puntual. Estos candelabros, fíjate, ni me acordaba que existían. Cuando andemos necesitadas nos darán bastante.RUBELIA: Si vamos a ser ricas.CONCHA: De veras, la costumbre... Ese candil hay que apagarlo, es mucho gasto. (Apaga el candil.)RUBELIA: ¡Qué emoción! Apenas si nos distinguimos. Ensayemos.CONCHA: No hay tiempo. No se te olvide, yo lo recibo. Y recuerda, no dejes que se te acerque, sólo que te mire, así te darás más a desear. (Consultando el reloj.) Ya pasa de la hora.RUBELIA: Vendrá.CONCHA: ¿Y si no?RUBELIA: Mujer de poca fe, vendrá. Mi intuición nunca falla. Vendrá. (Se oyen golpes en la puerta.) Espero que... ¿Oyes? ¡Ahí está! ¡Mi adorado! (Tocándose el corazón) Corazón mío, no me vayas a hacer una mala pasada. (A CONCHA.) ¿Estoy bien, Conchis? Dime la verdad.CONCHA: ¡Shhh, Rubelia! Esperemos a que toque de nuevo que no crea que te mueres por él.RUBELIA: No sé vaya a ir, ¡ábrele!CONCHA: Que te calles. (Tocan de nuevo con más fuerza.) Ahora sí. (Va a la puerta.) Tranquila, todo saldrá bien. (Vuelve el rostro hacia RUBELIA.) Esa espalda, derecha. (Se persigna y abre.) ¿Sí?MELQUÍADES: ¿Vive en esta casa la señorita Rubelia Cienfuegos y...? CONCHA: (Arrebatándole la palabra.) ¿Para qué asunto?MELQUÍADES: (Confundido.) Bueno, ¿de casualidad no le llegó un telegrama?CONCHA: Hace un rato. Esperamos al señor Melquíades del Paso. ¿Qué sabe de él? ¿Algún contratiempo?MELQUÍADES: No, soy yo.CONCHA: ¿Usted? (RUBELIA se ha parado de la mecedora y con sigilo empieza a caminar hacia CONCHA, pero cerca de la mesa se le atora el vestido.)MELQUÍADES: Para servirle.CONCHA: Debe de haber un malentendido.MELQUÍADES: Ninguno, señora Rubelia.CONCHA: Señorita, por favor. Concepción Cienfuegos y de Fuentes de la Pacheca, hermana de la también señorita Rubelia. Permítame. (Se dirige hacia RUBELIA.) ¿Qué haces aquí, Rubelia? A tu lugar.RUBELIA: ¿Qué pasa?CONCHA: No sé. ¿Aparte del telegrama recibiste una carta? ¿Sufrió algún accidente? ¿O se restiró la cara?RUBELIA: No, que yo sepa no. ¿Le pasó algo?CONCHA: No, nada. Espérame. (Va hacia MELQUÍADES, el cual ha entrado y pasa revista a su alrededor.) Y bien, señor, lamento decirle que nosotras esperamos a un venerable anciano. Buenas noches.MELQUÍADES: A mi padre, que en paz descanse. Eso es precisamente a lo... CONCHA: ¿Muerto? ¡No es posible!MELQUÍADES: Hace veinte años.CONCHA: Ya decía yo que había algo raro.RUBELIA: (Gritando.) Conchita, ¿qué sucede?CONCHA: (Contestándole.) Nada, nada.RUBELIA: ¡Cómo nada! ¡Por Dios, déjalo entrar!MELQUÍADES: (Haciendo a un lado a CONCHA.) Con permiso.CONCHA: Oiga, pero espere, mi hermana cree... MELQUÍADES: (Buscando a RUBELIA.) ¿Señorita Rubelia?RUBELIA: (Desde la mecedora.) ¡Aquí estoy!CONCHA: (Tratando de alcanzar a Melquíades.) Señor, le digo que... RUBELIA: (Extendiéndole la mano enguantada a MELQUÍADES.) ¡Melquíades del Paso!MELQUÍADES: Encantado.
RUBELIA: Me hubiera gustado tocarle un aria a su llegada, pero el piano está en reparación...CONCHA: Rubelia, este señor no es quien tú piensas.RUBELIA: Por favor, Conchita, eso lo discutimos, hace mucho. Así que ten la delicadeza de no meterte. Esto es privado.MELQUÍADES: (Mirando a una y a otra.) No me atrevería a molestarlas si no se tratara de una promesa.CONCHA: Rubelia, necesito hablar a solas contigo.RUBELIA: Ni una palabra más. (A MELQUÍADES.) Siéntese, está en su casa. Concha, acerca una silla.MELQUÍADES: (A CONCHA por la máscara de RUBELIA.) ¿Se quemó? CONCHA: ¿Qué?MELQUÍADES: Sí, la cara.CONCHA: No, no.MELQUÍADES: ¿Entonces, cáncer? Pobrecita.RUBELIA: ¿Qué tanto dicen? Ah, es lo de la caja…MELQUÍADES: ¿Cuál caja? Fue cremado.CONCHA: ¡Váyase!MELQUÍADES: No puedo, compréndame. No fue fácil decidirme a venir. CONCHA: Le digo que Se marche. (Lo empuja. MELQUÍADES se zafa y llega atrás de la mecedora.)RUBELIA: ¿Ya acabaron? Concha, debiste esperarte más al rato. Qué impertinencia la tuya. Perdónela, Melquíades.CONCHA: ¡Salga de una vez!RUBELIA: No le haga caso. Está muy nerviosa.CONCHA: (A RUBELIA.) Este hombre se va ahora mismo. (Lo muerde. MELQUÍADES lanza un grito de dolor.)MELQUÍADES: ¡Cómo se atreve!RUBELIA: ¿Qué te propones, Concepción?CONCHA: Lo mordí y lo volveré a hacer si no se larga.RUBELIA: Controla tus celos. Y como hermana mayor te prohíbo meterte en mis cosas.CONCHA: Es intolerable. Usted la destrozará, tipo infame.RUBELIA: (Pícara.) Ni tanto, ni tanto. Quien sabe qué cosas habrás visto en la tele. Ni te imaginas cómo es él. (A MELQUÍADES.) Melquíades, ¿se acuerda?: "Alondra que en mí, tu perfume de alhelí"... por ahí iba, ¿se acuerda? MELQUÍADES: No.RUBELIA: No importa. Siéntese. (MELQUÍADES va por una silla a la mesa.) Casi no ha cambiado. Igualito. Dicen que la esperanza hace milagros. Rejuvenece. (MELQUÍADES regresa.) ¿Y cómo me ve a mí?CONCHA: ¡Es el colmo, Rubelia! ¡Date cuenta! ¡Tu Melquíades murió hace mucho tiempo! (A MELQUÍADES.) Sáquela del error.RUBELIA: En vista de que sigues de terca no te vamos a hacer caso. Melquíades, tratemos nuestro asunto. Yo ya estoy decidida.MELQUÍADES: Se lo agradezco. Mi conciencia estará en paz.RUBELIA: ¿Y cómo está Guadalajara? ¿Su casa?MELQUÍADES: Bueno, de allá mandé el telegrama, pero no tengo residencia fija. Que un pedido en Monterrey, que otro en Chiapas, y así ando por toda la República.RUBELIA: Qué interesante. Viajar cultiva.CONCHA: (Con intención.) ¿Y su esposa? ¿Y sus hijos?MELQUÍADES: Ellos...RUBELIA: (Sin dejarlo terminar.) Qué mujer tan necia, no tiene lógica, cómo iba a venir si estuviera casado.MELQUÍADES: Perdón, no entiendo nada.CONCHA: Ni tiene por qué, con que se vaya es más que suficiente.RUBELIA: (Llorando.) Jamás pensé que me hicieras una escenita. ¿Acaso te dije algo cuando andabas detrás del padre Hermenegildo? Mira que lo supe y eso sí es pecado capital.CONCHA: ¡Cállate! No sabes ni lo que hablas.RUBELIA: ¡Sí, sí lo sé! ¡Y aquí mismo en esta casa!CONCHA: Sólo trato de desengañarte.RUBELIA: ¿A mi edad? Estás lucida. No necesito consejos. Pero no echarás a perder mi futuro.MELQUÍADES: Por favor, señoritas, no se peleen.CONCHA: Usted cállese, metiche, todo es por su culpa.RUBELIA: No lo insultes porque ahora sí me vas a oír.CONCHA: (Llorando.) Ay, Rubelia.MELQUÍADES: Seré breve.RUBELIA: Por mí no corre prisa. Concha, ¿podrías irte a sentar a la mesa? CONCHA: Si algo le pasa a mi hermana, usted será el culpable. (Se dirige a la mesa.) ¡Y quítate esa mugrosa máscara!RUBELIA: ¡Grosera! ¡Impertinente! (Pausa.) Por fin solos.MELQUÍADES: Yo...RUBELIA: (Solícita.) ¿Sí?MELQUÍADES: Agradezco su gesto de confianza. Sólo me gustaría saber si está dispuesta a recibir una fuerte impresión.RUBELIA: Qué galante. Soy toda oídos.CONCHA: (A MELQUÍADES.) Empiece de una buena vez.RUBELIA: A eso va. Estoy tan emocionada que no tengo palabras... Melquíades, estoy esperando esa "fuerte impresión".CONCHA: Pues ahorita te la va a dar.RUBELIA: No lo apresures. Dale su tiempo. Estos momentos deben de manejarse de manera sutil. Son tan bellos.MELQUÍADES: ¿Bellos? Más bien serán dolorosos.RUBELIA: Así son los hombres, juegan con las palabras. Hable. Estamos en familia.MELQUÍADES: Hice un juramento...CONCHA: ¡Al grano!RUBELIA: Qué poco romántica es. Todo lo quiere al cha chaz. (Se levanta y camina. Se oye otro crujido.)MELQUÍADES: Su vestido, señorita, es...RUBELIA: Estaba preparada para su llegada.MELQUÍADES: ¿Cómo?CONCHA: (Quejándose.) ¡Yo tuve la culpa! ¡Lo dejé entrar!RUBELIA: No te pongas sentimental. Concha. Tenía que suceder, tarde o temprano. Toda la gente se casa, ¿por qué no yo?CONCHA: (A MELQUÍADES.) ¿Ahora comprende, señor?RUBELIA: (Provocativa.) Rompamos el turrón, Melquíades. Háblame de tú. Los tiempos han cambiado y hay que ir con la época. Acércate. Yo te iré ayudando para que puedas desbordar todas las palabras que por años has guardado y que no te dejan en paz.MELQUÍADES: Qué intuitiva es usted. Es cierto, creí que nunca me atrevería a hablar, pero lo haré. Cuánto remordimiento. No se crea, es duro, bastante, el que haya sido yo el elegido. No sé por qué razón su hermana trata de impedirlo, pero si no lo hago hoy, usted morirá y yo seré condenado.CONCHA: No, señor, es que usted no entiende. Déjeme que de una buena vez...MELQUÍADES: (Perdiendo la paciencia.) ¡Permítame, señorita! No me iré. (A RUBELIA.) No me iré hasta que diga que sí. Quiero escuchar de sus labios el perdón.RUBELIA: Yo te lo otorgo, Melquíades. A pesar de que fue humillante... aquello. ¿Para qué recordarlo? Concha, llama al cura.CONCHA: Por Dios, Rubelia, entra en razón, aún no ha terminado de explicarse.RUBELIA: La pasión me domina, ¿para qué hacer más largo todo? (A MELQUÍADES.) Melquíades, te pido que nos casemos de una vez. MELQUÍADES: ¡Qué! (A CONCHA.) Pero si lo que yo quiero es que ella perdone a mi padre.RUBELIA: También lo perdono. A toda tu familia que se opuso a nuestro matrimonio. Nada nos separará más que la muerte, y qué lejana la siento. (Arrebatada.) ¡Bésame! Como aquella vez que entraste a mi habitación. CONCHA: ¡Rubelia!RUBELIA: (Abrazándolo.) Abrázame y dime lo que me dijiste, acuérdate. MELQUÍADES: Yo me voy. Suélteme.RUBELIA: Esta vez no te dejaré.MELQUÍADES: (A CONCHA.) Hágala entender. Yo soy Melquíades, hijo. RUBELIA: ¡Y padre y espíritu santo!MELQUÍADES: ¡Que me suelte le digo!CONCHA: ¡Suéltate, Rubelia!RUBELIA: ¡No y no! ¡Es mío!MELQUÍADES: ¡No quiero lastimarla!RUBELIA: ¡Lastímame! Quiero sentir tu fuerza de hombre.MELQUÍADES: (Perdiendo la calma la zarandea.) ¡Vieja puerca! ¿No le da vergüenza? ¿A su edad? ¡Yo soy el hijo de Melquíades! ¡El hijo! (RUBELIA se lleva las manos al corazón.)CONCHA: ¡No le permito que insulte a mi hermana! ¿Qué sabe usted del amor? ¡Animal!RUBELIA: ¡Mi corazón! Conchita, es el fin. Yo...CONCHA: ¡Deténgala, que se cae! ¡Hermanita! (MELQUÍADES la sostiene y la sienta en una silla.) ¡Se asfixia! ¡Quítele la máscara! Hermana, hermanita... MELQUÍADES: (Quitándole la máscara.) Perdone a mi padre. ¡Perdónelo! ¡No se muera, perdónelo!CONCHA: ¡No lo hagas, Rubelia! ¡No! (A MELQUÍADES.) ¡Fuera! ¡Fuera! MELQUÍADES: Pero, señoritas...CONCHA: ¡Malvado! ¡Malvado!MELQUÍADES: Padre, yo cumplí con decírselo. (Se va.)CONCHA: Rubelia, ¿estás bien? Te lo quise advertir pero no me dejaste. Rubelia, ¿me oyes? Habla, ya se largó.RUBELIA: (Completamente trastornada, actúa, como si fuera una mujer joven.) ¡Sh!, amiga del alma. ¡Sh! (Se levanta, corre, y le hace una seña a su hermana de que se acerque. Ríe como si hubiera hecho una travesura.) ¡Ven rápido, que no nos oigan!CONCHA: ¿Quién, Rubelia? (Acercándose a su hermana.) ¿Te sientes mal? RUBELIA: ¿Cómo quién? Los invitados. (Ríe nerviosamente.) Nos escapamos de la fiesta. Melquíades ya está en el cuarto, no vayas a decir. Confío en ti, a ciegas.CONCHA: Rubelia...RUBELIA: ¿Te fijaste con qué propiedad dije que sí? Retumbó por toda la iglesia. Y se abrió el cielo. Ahí estaban los ángeles cantando. Y los querubines: "Felicidades, Rubelia." ¡Felicidades!, grite y grite, revoloteando cerca de mí. (Gritando y extendiendo los brazos hacia arriba.) ¡Gracias, gracias! ¡Soy inmensamente feliz!CONCHA: Ya pasó todo, vuelve en ti. Nada más estamos tú y yo.RUBELIA: ¡Silencio! Oye: ha llegado al cuarto. Le dije que se fuera al de arriba.CONCHA: Rubelia, entra en ti. ¡Ese cuarto está destechado! Acuérdate de la multa. ¡Del pedazo que se cayó a la casa vecina!RUBELIA: ¡Sus pasos! Óyelo. Está inquieto el muy pícaro. ¡Ya! ¡Ya se sentó en la cama! Desabróchame un poco el corsé, me lastima.CONCHA: Son los mecates del tendedero que te han de estar raspando. (Como RUBELIA camina, CONCHA la jalonea para detenerla y así poderle quitar las cuerdas.)RUBELIA: La niña que lleva la cola del vestido cómo me jalaba. Tuve que ir más despacio, más y más... Me temblaban las piernas. Todos mirándome. Cómo lloraba mamá.CONCHA: Mira nada más cómo te quedó la espalda, toda roja.RUBELIA: Papá, rígido como siempre. Tú viste, no quiso abrazarme después de la boda. (Llorando.) Sé que no debía de llorar, pero no pude contenerme. ¡No pude! ¡Él tenía que felicitar a su hija y no lo hizo!CONCHA: ¡Ya cállate, Rubelia! ¡Ya! Vamos a la mesa para que comas algo.RUBELIA: (Da de vueltas.) ¡Solos! ¡Completamente solos! Frente a frente. (Bruscamente se detiene, y como si estuviera delante de ella Melquíades.) Melquíades, cariño... Desafié a todos por tu amor.CONCHA: (Empujándola) ¡Obedéceme! Tienes que comer algo para que reacciones. (RUBELIA se resiste.)RUBELIA: ¡No quiero regresar a la fiesta! ¿Que no entiendes que Melquíades me espera? ¡Me llama! Óyelo. Oye su voz susurrando mi nombre. Su dulce voz...CONCHA: (Perdiendo la calma.) ¡Te digo que vengas!RUBELIA: (Gritando.) ¡Voy, Mel! ¡No tardo! Ya va tu alondra, la de manitas alabastrinas, casto amante sideral.CONCHA: ¡Un té! ¡A la mejor con un té te calmas! Vamos a la mecedora. Allí te estás, quietecita, mientras te lo preparo.RUBELIA: (Camina a la mecedora. A CONCHA.) Míralo, no pudo contenerse más y ha bajado. (Abre la caja de madera donde guarda las cartas y los objetos de Melquíades. Saca los guantes. Los besa.) Perdóname Mel si me tardé, pero ya estoy aquí. ¡Dios, pero si estás desnudo! (Risita.) Sí, claro que voy hacia ti. Pero con los ojos cerrados. (Se tapa los ojos con una mano y con la otra mano busca al supuesto Melquíades) No sea tramposo, te has movido de lugar. ¿Dónde estás, hechura divina? Torre de ilusión, augusto ceño, lontananza altiva cual tisú.CONCHA: ¡Basta ya, Rubelia! ¡Te vas a caer! ¡Quieres que te amarre! ¿Eso quieres?RUBELIA: (Rozando la caja de madera. Saca el reloj de leontina. Se carcajea triunfal.) ¡Te he agarrado! ¡Mi amor! Coloso oso, amante ardiente, primor trinante de voz silente, que yo te beso, y he de adorarte con ansia sin igual, Melquíades del Paso y Peral. ¡La eternidad nos esperó! Sí, ha triunfado el amor. ¡Siempre juntos! ¡Para toda la vida! Perdámonos, donde nadie sepa de nosotros. ¡Llévame! ¡Llévame hacia la gloria, amén! (Como si le diera el brazo a alguien empieza a caminar hacia el interior de la casa)CONCHA: Ya te hiciste de nuevo, Rubelia. (Mientras va por una jerga que esta junto a la puerta de la calle, le sigue la corriente a Rubelia, pero poco a poco se va exasperando) Dile a tu Melquíades que te espere tantito. ¡Porque te tengo que cambiar! ¡Porque todos los días lo hago! ¡Grítale!RUBELIA: (Al supuesto amante.) Los tendrás, mi amor. Te daré tantos hijos, tantos como las estrellas.CONCHA: (Se hinca y empieza a secar la alfombra.) ¡Díselo, Rubelia! RUBELIA: (En el delirio más exacerbado.) ¡Y seré tan abnegada, tan fiel, que no habrá mancha en el amor! ¡Subamos a nuestro nidito! ¡Ahora sí me podrás estrechar en tus brazos! ¡Seremos felices! Todas las parejas del mundo nos envidiarán. Hablarán los siglos y los siglos de nosotros. ¡Amor mío! (Va saliendo.) ¡Mi león de oro! ¡De diamante! ¡De celofán y de sardina! (Desaparece, y aún se escuchan sus voces, mientras CONCHA, de rodillas, va secando la alfombra por donde se fue RUBELIA.)TELÓN.

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